Dos años después
Dos años después, llego el momento de volverte a ver. Aquella historia que quedo en el tiempo, aquella a la cual ninguno de los dos le dio un final que hoy recordemos, ni motivos justos para terminar. Después de ese tiempo, vos con tu vida y yo la mía, la que todos conocen, Vuelvo a verte con el miedo de que aparezcan aquellas sensaciones que tenia, ese miedo que me hizo escapar de vos.
Dos años después debo armar mi maleta para llevarte aquellos papeles que debes firmar para terminar mi proyecto, dándome tu autorización. La turbación a que me digas que “no”, poniendo sobre la mesa, al lado del papel, todo tu orgullo, las ganas o las dudas de mirarte y sonreírte, como cada vez que una discusión nos atormentaba.
Las cosas hoy no son las mismas que ayer, cuando compartíamos los días, las horas, los meses. Ese tiempo puntual, ese numero del mes, ese que esperábamos festejar juntos, la fecha que nos recordaba el comienzo de nuestro amorío. Y mientras pienso en todas esas cosas que alguna vez, no hace tanto, me hicieron feliz, o quizás, me atrevo a decir que “nos hicieron felices”, un soplo del “hoy” me hace reaccionar y ahí recuerdo que a centímetros de mi, el presente duerme en mi misma cama, que es ese presente mi apoyo, con quien hago el amor, a quien le hago la cena, el almuerzo, con quien tomo mates, -que por cierto a veces le producen malestar y me pide que no caliente tanto el agua-. Ese presente es mi hombre, es mi rey, es mi motivo de ser “yo”. Pero ese presente que me motiva, que me hace convertir en alguien, no significa que no lo fuiste vos; allá, en aquel tiempo de brisa de campo, de ese sembrado donde los fines de semana me llevabas en bicicleta, como a un niño, aquellas canciones que escuchábamos mientras tomábamos gaseosa y algunas facturas que comprábamos de camino. Divido mi ser en tres partes: El pasado (que fuiste vos), ese que es necesario estudiarlo, cual historiador, para poder percatarse de ciertos fenómenos que sucederán en el futuro, que es hoy, mi presente, ese hombre, ese ser, ese espíritu, sus sentimientos. Y mi futuro, que no se como será, ni quisiera tampoco… mejor tomo el sabor de cada momento, degustando cada sensación y marcando cada huella, bien firme, aunque a veces el recuerdo del “pasado” me haga trastabillar.
Volviendo al tema por el cual empecé a escribir este montón de letras que no me significan nada, mas que una forma de desahogar el miedo que tengo por volver a ver tu cara, quizás me inunde en lágrimas o tal vez sea lo mas prudente… creo saber que sucederá: me transpiraran las manos (¡uh! Recordé aquellos días cuando te conocía, cuando solía sentir ese nerviosismo corriendo por mis venas), quizás mi mirada desorientada, como cuando solíamos discutir y no quería mirarte porque tenia mis ojos llenos de… no importa, por algo era, no recuerdo… no quiero recordar. Presiento que bajare la cabeza evitando algún contacto visual, algo que te demuestre que… nunca fuiste, que tal vez… aun eres.
“La vida sigue, la vida no se termina con el”… solo los sueños.
Alguien me reconocerá al bajar de mi auto y vendrá al abrir la puerta de tu casa para saludarme o quizás, avisarme que estás en ella y que no es lo mejor que yo este ahí. Alguien con quien he hablado horas y horas de vos, como intentando conocerte por otro lado. Alguien que estaba cuando le necesitaba. Alguien a quien nunca valoraste como persona ni como el vínculo que existe entre ustedes.
Entraré. Vos en tu habitación, aislado del resto, quizás porque “nunca te entendieron”. Una voz pronunciara tu nombre al cual responderás con un grito de “¡¿qué?!”. Abrirás esa puerta que divide tu mundo del real y levantaras tu mirada. “¿Qué hace él acá?”, preguntarás. Yo te mirare, con un poco de trémulo tartamudeare algunas palabras sin sentido tratando de explicar el motivo de mi visita. Te quedaras a una distancia importante de mi posición. El resto de la gente se alejara, se ira a otro lado donde puedan dejarnos solos para hablar.
Se que detrás de tu mirada llena de odio, de rencor, vestido con tu orgullo, tu engreimiento… aún sientes algo por mi.
Me sonreirás repentinamente. No entenderé si es una reacción burlesca o solo tienes la necesidad de hacerlo.
Firmaras los papeles que necesito. Te diré “gracias” y apuntare hacia la puerta para irme.
Y algo se convierte realidad…
Estoy a punto de abrir la puerta. Me pones tu mano delante, impidiendo que lo haga. “¿Qué pasó?” pregunto con un poco de temor a tu respuesta. “Hablemos” me pides con un tono punzante a mis emociones. No fui preparado para ello, solo iba a que me hagas un garabato en un papel, autorizándome a contar nuestra historia. Te digo que estoy con muy poco tiempo, es mas, atrasado con mis cosas, que debo regresar a mi ciudad y que estoy llegando tarde. Me pides solo unos minutos y… acepto.
Me conduces a tu habitación, lugar donde podríamos conversar tranquilos. Paso al cuarto, detrás de mí cierras la puerta. Me tomas del brazo, de un modo grosero. Me doy vuelta y me sonríes. La comisura de tus labios se ensancha y te acercas a mi rostro. Suelto mi brazo de tu mano que lo aprieta muy fuerte y te pongo mi otra mano sobre tu pecho intentando quitarte de encima, con un poco de miedo. Me agarras ambos brazos, los quitas de adelante y me intentas besar. Corro mis labios a un costado y te pregunto “¡¿Qué haces?!”, a lo que respondes con una mueca, sin respuesta, a otra vez besarme. Me acaricias el rostro, el pelo. Me besas apasionadamente. Te beso desenfrenadamente, mas allá de que no debía hacerlo por respeto a quien estaba conmigo, por respeto a mi mismo.
Me vuelven ciertos momentos a la memoria, momentos donde estábamos solo vos y yo, nadie mas. Momento donde prometíamos ilusiones, donde sentíamos algo que nos hacia únicos, que… ¡¿Qué dijiste?! “¡Pará!, ¿vos me estas tomando el pelo? ¿Estás jugando conmigo?” ¿Cómo pudo decirme que “aún me ama”?
Al mirarlo de frente, al retirar mis labios, levanto su rostro para que me conteste, sus ojos estaban colorados, sus pupilas nubladas, y sus labios temblando. Conocía aquel momento. Al levantar mi ceja, -del modo que lo hago cuando no entiendo algo- una lagrima empieza a recorrer su mejilla, una lagrima que me deja enmudecido.
¿Dónde quedó su enojo, su furia, su hombría? En ese momento era ese “pasado” que alguna vez había conocido. Era ese ser con sentimientos, con miedos, enojos, alegrías y tristezas. Era ese ser que tenia alma, no que las robaba. Era ese hombre frágil y sus lágrimas duras como el acero. Era a quien yo amé alguna vez, a quien nunca pude olvidar.
Me pidió un abrazo. Sentí su pecho contra el mío y mi corazón latía sin cesar, como pidiendo una explicación, porque al igual que yo -seguro- estaba confundido.
Le dije que me iba, que ya no podía permanecer más allí. Rogó y rogó que me quedara, solo unos minutos más, pero quise irme. Al tomar los papeles que había llevado para que el me firmara, los cuales había dejado encima de la cama, decido salir.
Una lágrima cae sobre las hojas, como respondiendo a su duda que minutos antes me había planteado: si alguna vez le deje de amar. Esa lagrima queda en el puño de mi pulóver. Le doy un beso en la mejilla y salgo. Abro la puerta de calle y voy a mi auto. Subo. Una vez ahí, arranco de modo urgente y parto. Una cuadra más allá, de la casa de él, paro a una orilla sin quitar la marcha.
Llore… lloraba… lloro.
Dos minutos más tarde subo a la autopista que me llevaba de regreso a mi ciudad. En mi auto, su perfume en mi ropa, sus besos en mis labios, su tacto en mi piel.
Deje aun, sin cerrar ese capitulo. Deje ese libro sin terminar.
¿Alguien me puede despertar en un rato?
Deje aun, sin cerrar ese capitulo. Deje ese libro sin terminar.
¿Alguien me puede despertar en un rato?
Me llevo el recuerdo de ese ser… aunque sean… dos años después.
Copyright © 2010 Juan Manuel Ramos - MCN: BHDDM-TV8NU-RSFRC
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